domingo, 8 de agosto de 2010

De esas cosas de la vida, que te pueden aguar el guarapo...

Les cuento una de esas experiencias que se viven y te dejan algo en que pensar y de esas que estoy segura me gustaría tomaran en cuenta para que forme parte de mi epitafio. Creo haber dicho en otro post que tengo casi 11 años practicando eso de enseñar. Juro por lo más sagrado que durante mis primeros años de vida dije siempre que nunca me iba a dedicar a dar clases porque no me gustaba para nada. Nunca fui la maestra en mis juegos de niña, jamás. Sin embargo por esas burlas del destino llegue a serlo. El primer día que llegue a dar clases, las manos me temblaban, me sudaban, todo se me borró de la cabeza. Llevaba como tres mil fichas que había hecho para explicar lo que debía; tardé aproximadamente dos semanas en preparar UN tema para desarrollarlo frente a 60 estudiantes de pregrado de derecho, tenía que hablar de la JUSTICIA!!!!!!!!!! Les juro que me quería morir, sentía que el corazón se me detenía parada en la tarima teniendo que dar una CLASE MAGISTRAL!!!!!!!!!!!!!!! Que angustia, tener que pensar cómo llenar 90 minutos de información que debía ser desarrollada de manera técnica. Pasaba por la universidad, pues mi primera clase fue como preparadora y me imaginaba frente a los 60 estudiantes; incluso gente más vieja que yo! Se me aflojaban las rodillas, se me hacía un hueco en el pecho, pensé en inventar que me había quedado afónica. Empecé entonces mi clase, me presenté, expliqué de qué íbamos a hablar, hice una pequeña introducción y comencé con el desarrollo del tema. Tenía que mostrarme muy segura, no hallaba como pararme en la tarima para que no se dieran cuenta que lo que quería era salir corriendo. No sabía qué hacer con las manos, más adelante un amigo me dijo que parecía estar bailando flamenco de tanta mueca que hice y la verdad parecía un toca disco en 45 revoluciones! A los cinco minutos de comenzar la clase uno de los estudiantes me dijo: -Disculpe… Dios santo se me cayó el mundo, tosí, creo que me atraganté: -Aja, dígame (desgraciado! No lo hagas! - que no pregunte nada, que no pregunte nada, que no pregunte nada, pensaba) se levantó de la silla y fueron las tres milésimas de segundo más largas de la historia. - Me retiro, me dijo. Uffff, me quitaron el tractor de encima. Respiré y continué la clase. Durante todos los 85 minutos sucesivos, trate de calmarme, nadie quiso interrumpir de nuevo para nada. Terminé la clase y me fui. Me reí mucho, mucho, mucho después de que salí de la clase, y me acuerdo cada vez que inicia un nuevo semestre y tengo que encontrarme con un nuevo grupo. Unos años más tarde, ya no como preparadora, sino como profesora de una materia en la misma universidad, estaba dando la bienvenida a uno de los grupos de estudiantes, una actividad que realizo sobre todo con los estudiantes de primer semestre. Por lo general en esas clases se explican las expectativas de la materia, su contenido y se habla del abogado, de lo que es, de lo que persigue y del por qué existe, y mientras desarrollaba con ese grupo el concepto de justicia, bastamente recorrido por mí para ese tiempo, vino a mi pensamiento, mudo, el recuerdo de mi primer encuentro con la tarima como preparadora, al que sonreí sin nombrar y seguí de largo en mi clase. Esa noche, y por primera vez como profesora, al cerrar, el universo me regalo la aprobación hecha aplausos durante treinta segundos de 60 estudiantes a los que apenas estaba conociendo. Cosas así le aguan a uno el guarapo, no creen??? Nos vemos en el espejo...

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