jueves, 16 de junio de 2011

Una Carta de amor… (en 7 tweets)

“…Es bienquisto el decir que es mejor nombrar silencios que hacer alardes de la nada cuando el ánimo no tiene nada bueno que aportar al mundo. Por eso he callado, amor, pues contar las proezas del alma superando tu ausencia no es nada bueno que el vecino pueda agregar a su vida. Mas no puede más mi boca, ni mis ojos, ni mis manos, rebelarse contra el llanto de mi piel ante el quebranto de que no estés junto a mí. No estoy triste, lo juro, sólo incompleta mi mirada y no encuentran mis ojos lugares nuevos pues todos son iguales, vacíos de ti. Las pestañas ya no pesan y no puedo pestañar; a mis ojos se les olvidó el sueño pues no estas al despertar. Se dividió mi cuerpo en miles, cada parte vive sola pues tienes tú mi memoria mientras estás lejos de mí. No estoy triste lo juro, sólo suspendida en el vacío, como, vivo, creo que aun respiro, a la espera de q encuentres el retorno hasta mis brazos…” (17 de noviembre de 2010)

Algunas cosas que he aprendido sobre el amor

1) Cuando amamos, el sentimiento sigue siendo nuestro, al igual que la responsabilidad por ese sentimiento
2) Aunque es paradójico en su concepción: el límite de nuestro amor, es el mismo amor.
3) No hacemos o dejamos de hacer por lo que siente aquel, sino por lo que sentimos nosotros
4) Hace querer ser mejor persona
5) Se ama de una sola manera, se expresa de distintas formas y nunca será una forma de expresarlo aquello que hace daño.
6) Es comprensivo, compasivo y entregado, pero nunca exige nada que atente contra la dignidad o trasgreda los límites de aquel.
7) Sólo puedes controlar tu sentimiento, tus acciones y tus deseos y no otorga control sobre la vida o los sentimientos ajenos.
8) Con el tiempo cambia, y cuando has hecho las cosas correctamente, el cambio siempre es bueno.
9) La decepción es el peor de sus males
10) Puede fácilmente confundirse con el capricho
11) Lo espera todo, pero no lo exige
12) Acepta el tiempo y acepta el no
13) Disfruta el si y lo cuida

martes, 14 de junio de 2011

Del por qué debemos ver tv, en vez de pensar, luego de momentos intensos

Amo la lluvia. Repetido pensamiento, pero es normal querer decirlo cuando amamos algo. Quisiera poder contemplarla con la misma serenidad con la que la recuerdo cada vez que pienso en ella. No hay mejor muestra de la perfección de la naturaleza; no existe mejor muestra de la naturaleza cambiante del mundo. Asumo, forma parte de mis debilidades; el agua me atrapa. Mis mejores y peores momentos la incluyen siempre. Su realidad es tan fugaz como sus circunstancias y sin embargo sigue siendo. Me asombra. La lluvia antes fue nube y vapor y río y mar y tierra, y siempre retorna a su esencia. Cae como UNA, como lluvia, pero en mil gotas que se convierten en seres únicos en sí mismos, que se precipitarán contra el mundo, separándose en mil individuos más, dejando parte de si en el camino, siendo, en quienes son tocados por ellas, persistiendo o desvaneciéndose en medio de aquellos a quienes llega conforme sus propias naturalezas, absorbidas por la tierra, confundidas con el agua o manteniéndose intactas ante las superficies sólidas, sin poder penetrar a aquellos que no tienen las condiciones para ello, desvaneciéndose como lo será su natural devenir para caer nuevamente luego de haber sido agua, vapor, nube y lluvia. 
Si, definitivamente motivos tengo muchos para amar la lluvia, y pensando, en medio de esa necesaria reflexión que deviene a días de gran intensidad, nos parecemos a la lluvia. Llegamos y chocamos contra el mundo para comenzar a dividirnos en tantas unidades como circunstancias nos presenta la vida, despedazando nuestra esencia contra ellos, impregnándolos con la diminuta existencia que representamos en medio de las vidas contra las que chocamos, dejando un pedacito de nosotros mismos en cada uno, y logrando confundirnos con las de ellas, alimentarlas como a la tierra, o desvaneciéndonos con el calor como si nunca hubiésemos siquiera existido conforme a sus propias naturalezas, conforme lo decide la vida. Pero somos también como la gota pendiente en la punta de alguna hoja. Nuestra vida avanza con sus mismos altibajos, violentos y desesperados como la precipitación desde el cielo, chocando contra el suelo por ser consecuencia necesaria, transformándonos, dividiéndonos, dejando parte de nosotros mismos en el camino como la gota de lluvia que antes fue nube y vapor y río, no sin continuar íntegros en cada una de nuestras nuevas existencias propias del devenir. Caigo en cuenta también de otra realidad: que somos tan fugaces como el tiempo que tarde la gravedad en llevar la gota pendiente en la punta de la hoja contra el piso para transformarse nuevamente, somos tan fugaces como el tiempo que tarda la lluvia en precipitarse contra el suelo, y tan fugaces como el tiempo que tarde el suelo en absorber la gota que se precipita contra ella. Siendo tan fugaces, siendo tan “suspiros de la vida” ¿Por qué dedicamos tanto tiempo a pensar como vamos a vivir en vez de vivir mientras duramos? ¿por qué dedicamos tanto tiempo a pensar cuánto tiempo es necesario para empezar a amar en vez de amar por el tiempo que podamos mientras existimos?
Nos vemos en el espejo…