domingo, 4 de julio de 2010

Los peligros del oficio

Me encanta manejar, es una de las cosas cotidianas en las que encuentro placer, y en estos días, mientras iba manejando, en medio de todo lo que puede pensarse mientras estás detenida en un semáforo o mientras vas rodando de un extremo al otro de la ciudad, empecé a reírme sola al darme cuenta de lo que estaba pensando. Una de las cosas que le enseño a mis estudiantes es que cada profesional tiene una estructura de pensamiento distinto, sobre todo cuando la profesión conlleva la necesidad de asumir formas específicas de vida, lo que lleva a que esa estructura de pensamiento en la mayor parte de las oportunidades se incorpore a la rutina. El abogado, el médico, el arquitecto, el contador, entrenan su pensamiento para funcionar de cierta manera y en cierto punto esa estructura de pensamiento se hace automática. Es el caso que hasta el presente, nunca me había detenido a pensar como vería alguien que no escribe el pensamiento de quien lo hace. Hace unos días empecé un curso por internet para escritura creativa, por ello mi pensamiento divagaba en algunos de los ejercicios que debo cumplir para llenar los objetivos del curso que estoy haciendo por lo que entre otras cosas estaba inventando gente en mi cabeza y tratando de “oír mi voz”, así que aquí les dejo como creo yo que se sentiría en la piel de un escritor una persona que no escribe. (todo es ficción y cualquier parecido con la realidad es una coincidencia intencional):

“El otro día estaba en mi casa, sentada en mi mullido sofá de la sala viendo un programa de televisión de cocina en un intento absurdo por aprender algo que nunca he dominado para el pesar de mi estirpe; mis hermanas todas nacieron con una cucharilla de plata no en la boca sino en las manos, y al parecer yo también las tenía pero en el orto, así que en en ese momento veía al chino en la televisión con acento mexicano pero que entre nos, para mi estaba hablando búlgaro pues lo que decía era totalmente desconocido. El boludo chino lanzaba granos en el wok que volaban sobre su cabeza en un movimiento de una mano, mientras yo con muy poca gracia anotaba a rayones en el cuaderno que compré supuestamente con la intención de mejorar, según yo, mi arte cisoria, olvidando por completo que mejorar implica tener. He sido perfeccionista desde chiquita, por lo que me negaba a aceptar que había algo que no podía ejecutar con total gracia por mucho que me costara hacerlo. Así que allí me encontraba yo tratando de seguirle la marcha al asiático enchilado de la televisión cuando de repente apareció mi hija de seis años que venía sigilosa de su cuarto y me dijo: “-Mamá, la maestra me dijo que tenía que escribir un cuento- Su vocecita me abstrajo de los garabatos de mi cuaderno, donde comencé a hacer dibujos que complementaran la recetas para facilitar la ejecución en un futuro y pensando yo en la posibilidad de que la libreta pudiera pasar quizás a las siguientes generaciones luego de haberlas yo dominado totalmente y mejorado con mi propio toque (que ciega estaba en aquellos tiempos) y rebobinando lo que me acababa de decir mi angelito le respondí: -Mi vida, y cuando fue que aprendiste a escribir? – No sé mamá – me dijo mi pequeña encogiéndose de hombros y entorchando los ojitos con la inocencia que sólo pueden tener los niños a esa edad, en donde la malicia no es malicia sino picardía, justo antes de decirme con dulzura – Por eso es que me dijo que tenía que escribirlo contigo – detuve el lápiz, y deje de hacer el cerdo en salsa de manzana que para esas alturas parecía un murciélago con mucho frío. “Mardita maestra” pensé para mis adentros, será que esa “señora” le sobra tiempo en su casa que manda tarea para las mamás? O será la manera de vengarse de nosotras por tener que pasar la peor parte del día con nuestros “angelitos”? – Conmigo?- le dije a continuación – Si contigo mamá porque tenemos que escribirlo para luego aprendérmelo y recitarlo en el colegio el día del árbol- “Trimardita”, pensé nuevamente, encima es para que te luzcas diciendo que todo el trabajo es de “tus alumnos” –Nos dijo que teníamos dos semanas – terminó mi pequeña y se fue de nuevo a su cuarto sin tener idea de lo que había iniciado. Una nueva empresa que abordar en un tipo de arte que quizás podría dominar. Por supuesto mi Mister Hyde no tardo en apoderarse de mí pensamiento y mi alter ego obsesivo compulsivo se abrió paso entre la cordura que reflejaba mi rostro. Ciertamente hoy en día reconozco que estoy bastante dañada, pero eso no lo hubiera podido decir en ese tiempo con la tranquilidad con que lo digo ahora. Tenía que ser perfecto, y para ser perfecto necesitaba preparación. Preparación. No tenía tiempo de ir a los cursos de escritura que promocionaban en la prensa por lo que tenía que pensar alguna manera de aprender y rápido a escribir un cuento para que mi angelito se lo aprendiera y fuera por supuesto la mejor del colegio. Para cuando decidí aplazar la elaboración de la estrategia ya el boludo de la televisión se estaba comiendo el cerdo asado con el arroz frente a los pobres camarógrafos famélicos del programa. Ya eran cerca de las 9 de la noche por lo que llegada la hora del sueño de los pequeños me fui a mi cama luego de un relajante baño y me dispuse a descansar para amanecer con la mente fresca el día de mañana que marqué como el 15 en la cuenta regresiva del otro cuaderno que abrí y que tenía de repuesto por si no lograba dar con el diseño perfecto para la libreta de recetas de cocina que había iniciado en el primero; gracias a Dios, siempre me quedaba el repuesto del repuesto. Metí mis pies bajo la sábana caqui perfectamente estirada, puse la cabeza sobre la almohada vino tinto, acomodé el resto de las cuatro almohadas que tenía a mis lados, me enrolle en la colcha, puse una almohada entre mi piernas y acomode en diagonal la de la cabecera donde finalmente mi barbilla reposo, cerré los ojos y me quedé dormida. –Online- me desperté gritando, que si mi matrimonio no hubiese terminado hacía dos años por culpa del desamor, el infeliz me habría dejado viuda pues esa noche se moría de un infarto. Tal como desperté me dormí de nuevo sobre las almohadas que me rodeaban, con la tranquilidad que me brindaba una brillante solución. Me desperté y era sábado, perfecto, los niños jugaban X-box en su cuarto, habían desayunado y la casa estaba recogida extrañamente, me preguntaba si me habría levantado sonámbula a recoger la sala pero luego recordé que había perseguido a los pequeños angelitos el día de ayer en la tarde para que recogieran su desastre. No era aún medio día, pero tampoco madrugada, por lo que mi cabeza aún estaba fresca para aprender así puse en marcha mi maravillosa estrategia y comencé a buscar en internet clases de escritura rápida que me dieran una idea de cómo hacer para comenzar a escribir un cuento para mi hija. “Googleando” encontré algunos muy avanzados para mi, por lo que luego de casi cincuenta minutos, conseguí uno titulado “curso de escritura de prosa creativa infantil para tontos” lo abrí, me inscribí, y a los dos minutos tenía la primera lección en mi correo electrónico, dos e-mails, uno donde me daban la bienvenida y me explicaban que el curso tenía una duración de cuatro días y que recibiría un correo diario, que cada uno contendría la lección del día y una serie de ejercicios que debía realizar para fijar el conocimiento. Breve, me pareció perfecto pues eso me dejaba 12 días para la segunda y tercera etapa del plan, que eran escribir el cuento y enseñárselo a mi cachorra. Yo y mis “fucking planes”. Abrí el correo con asunto “Lección 1: aprenda a escribir”. Me pregunté si de verdad podría ser como lo estaba imaginando y recordé el título …“curso de escritura de prosa creativa infantil para tontos”… obviamente sí, por lo que en mi afán por aprender de verdad decidí seguir paso por paso lo que indicaran los correos, sin molestarme, sin alarmarme, no tenía tiempo para dramas; en él un tipo de un nombre que no recuerdo me tuteaba, me decía lo inteligente que era y lo bien que nos iba a ir con el curso que estaba empezando, diciéndome que lo primero que tenía que hacer era saber escribir, que de lo contrario abandonara el curso inmediatamente. Deje de leer, como si algo me prohibiese saltarme la parte estúpida del curso, pero no, mi Mister Hyde obsesivo compulsivo no me permitía modificar los pasos para aprender a escribir cuentos de carajitos para que las maestras coños de madre se lucieran frente a la directora /aspiré, suspiré y me reconcentré en lo que debía/ Repasé en mi cabeza, escribí dos veces mi nombre, como si eso fuera indicativo de mi capacidad para escribir y me dije -creo que sí-, y pasé al segundo párrafo cumplido el primer paso. No había segundo párrafo, la hoja más abajo seguía en blanco como si esa fuera toda la lección, lo que efectivamente era, me replanteé el e-mail -a estas alturas yo también pienso que me debí replantearme el curso, pero no, maldito Mr.. Hyde. Ok, me pregunté –sabes escribir?, realmente sabes escribir?- y recordé la tesis de grado de arquitectura con la que me gradué por lo que era obvio que tenía que saber escribir. –Si- me dije, y me levanté de la silla con la satisfacción de haber sobrevivido al primer día de curso de escritura, -esto es fácil-pensé, en media hora, culminé la primera lección. Llegó el segundo correo. “Asunto: Lección 2: Aprenda a pensar…”.-Coño no -me dije- yo sé que es para tontos, pero tampoco así – si el segundo era como el primero me iban a decir que tenía que saber pensar y ahí si me dejaban sola iba a terminar matando a alguien, así que lo dejé por un rato y como a las 5 de la tarde decidí sentarme de nuevo. Abrí el correo: “Aprenda a pensar como escritor” –Uffff- suspiré. Vamos a ver que sigue. En el correo el mismo tipo me seguía tuteando y en esta oportunidad me decía que los escritores hacen de la escritura una forma de vida y pasan los días creando y anotando cuanto crean para poder llevar un registro y entrenar su pensamiento, y a continuación comenzó a explicarme como un cuento está compuesto por los personajes, la trama, la idea y un poco de cosas más que tenía que dominar y que ello sólo podía hacerlo practicando, así que entre los ejercicios me dijeron que debía escribir todo lo que pensaba y sentía por 24 horas con relación a las cosas cotidianas de la casa haciendo especial énfasis en la descripción de los espacios y los sentimientos que ellos me producían. Y me dijeron también que debía crear tres personajes distintos, haciendo una especie de ficha del personaje donde incluiría todas sus características, datos como fecha de nacimiento, lugar donde vive, todo lo que pudiera decir y que sólo sabía yo sobre el personaje, interactuar con ellos y encontrar mi voz. Cerré la computadora, tome el cuaderno y comencé a describir el sentimiento de frustración que me producían los programas de cocina del boludo chino que estaban dando en la televisión para el momento en que terminé de leer. Tocaron el timbre, era le cena que llegaba en moto desde la pizzería de la esquina, ni quise pensar en lo que diría mi hermana la gourmet de mi cena de primera porque el cuaderno no me alcanzaría, así que todos felices cenamos -que buena estaba la pizza- mis nenes se acostaron a dormir y yo seguí escribiendo en mi cuadernito. –Aja, vamos a crear un personaje – comencé a pasear entre mis pensamientos y decidí crear un personaje masculino, quizás hacía mella en mi pensamiento los dos años que habían transcurrido desde el divorcio, por lo que la mezcla de mi Mr.. Hyde con mis carencias no fue nada bueno; pasé toda la noche escribiendo sobre el personaje, el tipo perfecto, justo lo que yo quería, describí en casi quince páginas la vida que había vivido y sin darme cuenta me fui incluyendo en la página siete en los pensamiento del personaje, me reía como loca por lo que en cierto punto de la madrugada el mayor de mis hijos se levanto asustado por las carcajadas. En algún momento se hizo de día y entró por la puerta la mejor de mis amigas, era domingo, yo estaba con la bata en la cocina, los cabellos como un “nido de chicuacos” llorando desconsolada sobre la mesa de la cocina. La había llamado mi hijo – pero que te pasa????- me dejó!!!!!!!!!!!!!-le dije – quien????, eso fue hace dos años, entiendo que no hayas llorado, pero nunca creí que dos años después te daría la crisis- Nooooo!!!!!!, no él!, mi instructor del curso de escritura de prosa infantil para tontos!!!!!... –Quién????- El desgraciado que me está enseñando como escribir un cuento para tu ahijadaaaaa!!!! - Y cuando lo conociste???? -Ayer, pero tengo siete años en su vidaaaa!!!!!!!, - ella me veía perdida, no me entendía – costó dos Letzotanil y dos horas de sueño recuperar la cordura para explicarle a mi amiga que la culpa la tenía el curso de escritores que había iniciado y mi eterno afán por ser perfeccionista, por supuesto el curso quedó hasta ahí y mi linda nena se aprendió un bonito cuento que escribió con su hermanito. Que ganas las mías de complicarme la vida verdad?.”